5 de mayo de 2007

LAS CHICAS DEL BAPTISTERIO Y UN CUENTO DEDICADO



PONIENTE

A José Carlos, J. Cazorla, Inma y Begoña. Sus palabras se cruzaron en mis sueños y se cumplieron.

-La seducción es un arte que no hay que menospreciar- le dijo Sofía a Juan Carlos mientras se trenzaba el pelo con las manos.
Llevaba un vestido de flores transparente que dejaba ver el bikini rojo que compró esa mañana en el mercadillo del pueblo.
Juan Carlos estaba sentado en uno de los últimos bancos del paseo marítimo, llevaba el pelo atado en una coleta, las bermudas que le había regalado su amigo Pedrizas y esa camiseta de rayas que tan poco le gustaba a Sofía, a la que miraba de reojo.
Ella estaba de pie frente a él, que observaba el movimiento de la bandera que ondeaba en la cima del Peñón de Gibraltar. Entonces contestó:
-Es curioso, Sofía, yo me muevo en más de un círculo y no se le da tanta importancia a la seducción como tú crees.
Juan Carlos continuaba pensativo y por fin le preguntó: -Sofía, ¿hoy sopla viento de levante? Estoy mirando la bandera pero no recuerdo hacia dónde tenía que ondear para saberlo.
-Siempre me hago líos con eso. No mires la bandera, mira el mar, es azul intenso, el agua estará helada y no hay olas, ni algas, y hasta puedes ver pececitos. Está claro que es poniente, además, mira mi pelo, está lacio, si fuera levante ya estaría rizado.
Sofía miró a Juan Carlos con incredulidad:
-Eres tan peculiar, yo hablándote de seducción y tú analizando el viento; ay, amigo, así nunca te vas a casar- le dijo ella divertida.
-No es que sea mi prioridad en la vida. Además, no me suelen gustar mucho las personas que van de seductoras por el mundo- sentenció Juan Carlos al tiempo que se levantaba del banco para girarse y mirar el mar.
-Esa es la razón por la que nunca te has acostado conmigo - remató Sofía, sonriente, mientras saludaba con las dos manos mirando hacia la carretera.
-¡Mira, ahí están los chicos! -exclamó cruzando por el asfalto en busca de sus tres amigos.
De un destartalado Citroen Ax blanco bajaron Irma, Belén y Pedrizas. Hacía tiempo que los cinco amigos habían previsto viajar juntos al sur de España, pero no habían encontrado la ocasión; Belén por fin llegó a la treintena, edad que sus compañeros ya habían superado hacía pocos años, y entró en depresión. Su boda había sido un éxito, pero tenía nostalgia de los viejos tiempos, cuando recorría el mundo con ellos, y les propuso este viaje.
Juan Carlos y Sofía se adelantaron un par de días, ella quería enseñarle el lugar de su infancia, visitar Gibraltar y, sobre todo, arreglar la casa familiar antes de que llegaran el resto de los amigos.
Aquella tarde de junio el viento de poniente soplaba con fuerza y el mar estaba a punto de tragarse a un sol enrojecido que anunciaba la noche.
Recuperar el tiempo perdido, contarse todo lo que habían hecho en ese par de años que llevaban separados, hablar de sus trabajos, proyectos, amores, y jugar a "qué habría pasado si...", todo eso era lo que estaban haciendo los cinco amigos en el restaurante la Marina, al sur del sur de España, lejos de lo cotidiano, aislados de su otro mundo.
En una mesa redonda, con vistas al mar, rodeados de anclas, cebos, cañas de pescar, fotos de la bahía y observando hambrientos la bandeja de marisco que les acababa de traer el camarero, los cinco decidieron esperar a que Irma hiciera su pregunta:
-¿Qué habría pasado si aquella noche no me hubiera quedado dormida en la bañera? -preguntó Irma, seductora, mirando fijamente a Pedrizas mientras giraba el dedo índice sobre su copa de vino rosado.
Se refería a uno de los viajes que realizaron juntos; pocas cosas habían cambiado desde entonces para Irma y Pedrizas: los dos seguían solteros, tan delgados como siempre y con ese halo melancólico en sus miradas, sin trabajos demasiado estables ni proyectos que les comprometieran.
En cambio, sus compañeros de aventuras habían arreglado algunas cuestiones pendientes de su pasado: Juan Carlos tenía una novia veinteañera y una librería en Madrid; Sofía pasaba largas temporadas en Honduras, trabajando en un proyecto de cooperación, y Belén dirigía un gimnasio en el que daba clases de yoga.
Pedrizas le pegó una patada a Sofía por debajo de la mesa y ella aprovechó para agarrarle fuerte la pierna con cara de susto. No podía creer que Irma hubiera lanzado esa pregunta.
Tantos años de viajes, peleas, reencuentros, noches en vela, y jamás pensó que por fin, aquella noche sureña iban a hablar de ese amor.
-¿A quién le haces la pregunta? -dijo Belén tranquila, guiñándole un ojo a Juan Carlos, al que le había dado un repentino ataque de tos. -A Pedri, por supuesto -contestó Irma sin apartar la mirada del rostro cada vez más rojo de su amigo.
La música de Camarón de la Isla sonaba desde la barra del restaurante, y entre compases gitanos la voz de Pedrizas se alzó con esfuerzo. -Supongo que si no te hubieras quedado dormida, esa noche te habría besado -y pudo terminar la frase, levantar la mirada del plato y sonreír. -¿No hay ninguna bañera por aquí? -preguntó Belén tratando de quitar tensión al momento.
Sofía se levantó, agarró del brazo a Juan Carlos y lo llevó hasta la puerta del servicio.
-Te dije que no menospreciaras el poder de la seducción, seguro que ellos de ahora en adelante no lo harán -afirmó Sofía mientras le arreglaba el cuello de la camisa a Juan Carlos.
-¿Y cuánto tiempo crees que va a pasar hasta que empiecen a utilizar ese poder? -preguntó Belén, que acababa de unirse a sus amigos.
Los tres miraron hacia la mesa y vieron que estaba vacía, así que decidieron volver a sentarse y acabar la botella de vino. Camarón les cantaba: "Y yo seré como la mimbre que la bambolea el aire pero se mantiene firme.
"Sonia Aldama. Relato publicado en "Baraka".
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1 comentario:

INMA dijo...

Sonia, gracias por dedicarnos este relato ¡¡me encanta leerlo!!