2 de junio de 2007

MESENYER

Sin darnos cuenta, desde hace ya unos cuantos años, todos tenemos algo en común. Da igual nuestra edad, nuestro origen, nuestra raza, nuestro sexo… todos estamos unidos por un vínculo poderoso, intangible, misterioso y adictivo. Hablo, por supuesto, del mesenyer. No hace falta explicar qué es ni en qué consiste. Es el programita que ha revolucionado la forma de comunicarnos, de trabajar, de estudiar, de relacionarnos… ¡hasta la forma de ligar es radicalmente distinta desde que existe este endiablado invento! Ya nadie pregunta “¿estudias o trabajas?”, ahora la pregunta obligada es “¿tienes mesenyer?”. ¡Ya no queremos el teléfono de nadie, ahora queremos su mesenyer!

Y yo me pregunto… ¿es que nadie se da cuenta de que el mesenyer es la peor herramienta que se ha inventado para comunicarse? Al principio, cuando eso del ADSL nos sonaba a virus, era tan lento que cuando te aparecía en pantalla la respuesta a una pregunta tú ya le habías formulado a tu interlocutor siete preguntas más después de aquélla. Era un auténtico diálogo de besugos. Tú escribías: “¡cómo llueve!” Y no sucedía nada. Volvías al teclado: “¿tienes el fin de semana libre?” Silencio. Y lo intentabas una vez más: “¿Has visto la última de Medem?” Y de repente aparecía un “sí” y tú no sabías si sí llovía, si sí tenía el finde libre o si sí había visto la última de Medem. Así que tú seguías a lo tuyo. Por supuesto, a la inversa ocurría lo mismo y al final cada uno mantenía su propia conversación paralela. Pero eso sí, en la misma ventanita, oye.

Conforme la velocidad de internet fue aumentando y el programita se fue popularizando, fueron apareciendo nuevas y cada vez más diabólicas versiones. Hasta que terminaron inventándose una opción en la que podías conectarte pero apareciendo ante los demás como no conectado, ¿hay algo más surrealista que eso?. Y digo yo, si no quieres comunicarte con nadie… ¿para qué te conectas? Pues claro, para ver quién está por ahí. Es la versión actualizada de la María que se asomaba a su ventana en el pueblo simplemente para ver quién iba y quién venía, para ver el ambiente, vamos. Pero es que además, mira que somos falsos: tenemos doscientos contactos y en realidad no queremos hablar más que con dos o tres… ¡como mucho!

De todas formas, yo no conozco ni a la mitad de los que tengo en mi lista de contactos. O a lo mejor sí, porque vete tú a saber quién se esconde detrás de los nicks “Pa guapo yo” o “Cachuli forever” . ¿Y qué me decís de los que se ponen estribillos enteros de sus canciones favoritas en lugar de su nombre de pila?. Hoy en día es imposible encontrarse con alguien que al escribirte se identifique con un “Jorge dice:”. No, personas normales ya no quedan, lo que se lleva ahora es que termines hablando con un tal “No me gusta que a los toros te pongas la minifalda”. Y cada vez que dicho sujeto escribe algo aparece una y otra vez “No me gusta que a los toros te pongas la minifalda dice:” ¡¡Dios mío, tengo a Manolo Escobar entre mis contactos!!

Tampoco os creáis que el mesenyer supone un ahorro de tiempo. Tardas el triple en despedirte de alguien que con cualquier otro medio de comunicación existente. Si a las 20:30 le dices a tu contacto que te vas porque tienes que hacer cosas, me apuesto lo que quieras a que a las 21:15 sigues allí conectado fijo. Y lo mejor de todo es que… ¡sigues despidiéndote! En fin, cosas del programita.

La semana pasada me bajé la última versión. Por lo visto tenía una versión muy antigua. En qué hora, de verdad. Me conecté dispuesto a hablar con una antigua compañera de trabajo y de repente la ventanita del mesenyer emitió un sonido mmm… no sabría cómo decirte… sí, un sonido como el de las obras de la M-30 y empezó a temblar la pantalla y todo. Estaba a punto de resetear el ordenador cuando el mesenyer me informó muy gentilmente de que “Cachuli forever” me acababa de enviar un zumbido. ¿Ein? ¿Un zumbido? No me había repuesto del susto cuando los gigantescos morros rosas de un cerdo empezaron a llenarme la pantalla de asquerosos y sonoros besos hasta que lo ocuparon todo. Inmediatamente después sufrí una lluvia de meteoritos. ¡¡Era imposible hablar con nadie!! ¿Me había bajado el mesenyer o el destroyer?

Cuando por fin encontré la opción que me permitía deshabilitar los dichosos “zumbidos”, se me abrió una ventana. Mi buena amiga Luci, de la que hacía tiempo que no sabía nada, parecía dispuesta a saludarme. ¡Ay, qué alegría! Qué contento me puse… Pero no. Luci no se dirigió a mí. En lugar de un hola qué tal allí apareció un acid house de esos de los ochenta que me saludaba con la mano. Al lado un par de palabras inconexas y sin sentido (“chato” y “que”), a continuación otra cara que se tiraba al suelo, se agarraba la barriga y lloraba (creo que de risa) y finalmente en mayúsculas la palabra “VERTE” pero en la cual, las E bailaban espasmódicamente al son de no sé qué música.

Sin duda alguna, esto no podía ser obra de un programa diseñado para comunicarte con tus amigos. Eso tenía que ser, por fuerza, el devastador efecto de un peligrosísimo virus que había infectado mi ordenador. Así que, sin dudarlo, lo desconecté enseguida y llevé mi CPU a reparar. Ya lo tengo de vuelta en casa pero… he de confesar que aún no he instalado el mesenyer de nuevo. Tengo miedo.

CÉSAR BARRANTES SERRADILLA. Ganador del I Certamen de Monólogos "El Satélite".

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